SOMETIMES I SIT AND THINK, AND SOMETIMES I JUST SIT (2015), COURTNEY BARNETT

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En un mundo en que se ha recurrido a la espectacularización de lo cotidiano para convertirlo en objeto de consumo, Courtney Barnett hace un arriesgado ejercicio de costumbrismo sin edulcorantes. En este Sometimes I Sit And Think, And Sometimes I Just Sit (Mom & Pop / Marathon Artists / Milk!, 2015), habla de vidas con sueños sencillos, de enamoramientos fugaces, de una mañana de hastío y hasta del suplicio de buscar casa. Con un agudo sentido del humor, incluso propone exhibir coches en lugar de tiburones, puesto que estos matan más gente al año. Temas o momentos ordinarios que, con una enorme sensibilidad y la elección de las palabras adecuadas, convierte en extraordinarios, pero en ningún momento en trascendentales. La excepción, tal vez, la encontramos en Kim’s Caravan, pero ella misma quita importancia a sus divagaciones: «Don’t ask me what I really mean / I am just a reflection / Of what you really want to see / So take what you want from me». Porque Courtney Barnett tiene los pies en la tierra; para ella las cosas no son necesariamente más de lo que parecen, porque con lo que son es suficiente. Y es precisamente en esa sencillez donde encuentra la verdadera esencia y belleza del costumbrismo, sorteando el riesgo de que sus canciones se conviertan en una retahíla de banalidades.

A pesar de una más que evidente herencia del country, del garage y del grunge que convierte la primera escucha en un reminder de tiempos pasados, con las reproducciones uno puede apreciar claramente que tras esos sonidos pretéritos hay algo refrescante y, sobre todo, una solidez instrumental que convierte a los músicos que la acompañan en indispensables a la hora de transportar las narraciones que Barnett escupe sin dar a la línea melódica más importancia de la justa y necesaria. David Mudie golpea la batería con la furia y la delicadeza de quien ha nacido con unas baquetas bajo el brazo, y Bones Sloane lo sigue al bajo con la precisión de un reloj. Por su parte, Dan Luscombe es el apoyo perfecto para una guitarrista menos académica como ella. Con compañeros tan robustos, Courtney toca la guitarra con total libertad, segura de que tiene las espaldas bien cubiertas, y saca lo mejor de su particular forma de rasguear las cuerdas. Por ello, algunos de los mejores momentos del álbum vienen cuando estos músicos olvidan su papel de “banda que acompaña a” para dejarse llevar por esa pulsión que se le presupone a una agrupación de rock. El conjunto brilla con más fuerza en temas como Small Poppies o la ya mencionada Kim’s Caravan, canciones que evidentemente tuvieron un componente de improvisación a la hora de la grabación.

Por supuesto, el álbum tiene momentos que musicalmente no resultan tan brillantes, como Nobody Really Cares If You Don’t Go To The Party, que no pasa de ser una canción rock demasiado correcta. Sin embargo, incluso en este caso encontramos algo cautivador, un desparpajo adolescente en sus palabras que resulta encantador: «Why are you so eager to please? / I wear my heart on my sleeve. / Yes I like hearing your stories / But I’ve heard them all before». Porque en este disco, si en algún momento la música no resulta suficiente, basta con que uno se centre en las palabras de Courtney, donde a buen seguro encontrará un salvoconducto para justificar su pasión por esta joven australiana. Nos encontramos ante una narradora de historias al más puro estilo –salvando las distancias– Bob Dylan.

 

 

 

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