LA INSOPORTABLE LEVEDAD DE CHET

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¿Por qué no dedicar una necrológica hablando de los placeres que el ausente nos ha brindado en vida más que recordar la triste caída al vacío? Generalmente, cuando recordamos a algún personaje ilustre que no está ya de cuerpo presente tendemos a sacar al sol sus éxitos pero, para terminar, ponemos el cerrojo con sus miserias y flaquezas, precipitándonos hacia un abismo de lástima y tristeza.

Con Chet Baker siempre ha pasado esto: “el juguete roto del Jazz”, “la caída de un genio”, “la autodestrucción del genio salvaje del jazz” y un largo etcétera repleto de fustas, juicios y señalamientos. Lo mismo ha ocurrido con otros mitos del jazz como Billie Holiday o Charlie Parker, respondiendo todos ellos a la misma lógica emocional de que besar el suelo te permite adentrarte en los rincones más oscuros y desconocidos del ser humano y, por ende, expresa lo que muchos y muchas no son capaces.

Esta vez no. Esta vez no vamos a apelar a su inframundo ni a los resbalones que daba en el subsuelo.

Chet Baker, el gran incomprendido, cuya luz no relampagueaba como la de Miles o Amstrong pero penetraba en la grieta más fina del corazón más amargo. No hay duda acerca de la superioridad cualitativa de Miles Davis respecto a Chet pero éste era capaz de tocar la tecla de la emoción , de la verdad escondida. Pese a ser categorizado dentro de la West Coast y del cool jazz, esta etiqueta le cayó un poco por accidente por haber emergido en la época y lugar que emergió ya que ni él mismo se identificaba con los parámetros musicales de este estilo y siempre afirmó no sentirse influido por ningún músico de esta escuela. Es verdad que su estilo era muy particular e incluso austero, haciendo el jazz más accesible para los mortales no duchos en el género. Sus melodías seductoras, finas, parecían siempre levitar sobre un eterno desapego o sobre su incapacidad de amar de forma sana. Era el Chet almost blue, casi triste, casi derrotado. Doblándose con la trompeta hasta hacerse un ovillo, siendo de repente uno solo. Otras veces, asomaba el Chet embaucador y ágil que trazaba un recorrido de notas cálidas y catárticas que lo convertían en el mejor psicoterapeuta que te pudieses pagar, como en aquel discazo que sacó junto con Art Pepper, Pictures of Heath (1956), que hace vibrar hasta tocar el cielo. ¡Cómo te lo montabas, Chetty!

Siempre quiso tocar la trompeta. Desde que su padre le regaló la primera a los 11 años, se pasaba tardes escuchando la radio para memorizarse las canciones que sonaban y poder interpretarlas con su nueva aliada. Cuando esto sucede, cuando el instrumento parece una prolongación natural del ser que lo toca, es cuando se produce la magia. Y no hay que nacer con ello. Aunque claro está que hay predisposiciones, si amas el instrumento, si lo incorporas a tu vida, a ti mismo, seguro que la magia llega. ¡No hay más que escuchar a Coltrane!

La magia existía entre Baker y su trompeta. Había un diálogo, una comunicación, una manera de decir que se complementaba con esa forma de cantar susurrante, que parecía estar narrándote al oído sus relatos más íntimos haciendo caso al “Speak Low” de Billie Holiday. No hay nadie que haya pronunciado la palabra unphotographable tan sensualmente como él interpretando “My Funny Valentine” (versión que pasará a los anales de la historia). Quién fuera Valentine, querido.

Elvis Costello descubrió después de que Chet falleciese la fascinante interpretación que hizo de su canción “Almost Blue” en el año 87 en Tokio. Fue tan sólo un año antes de fallecer y queremos pensar que quiso dejar su último aliento en las notas finales que caían de su trompeta como una forma de mantener su esencia imperecedera. Realmente, la composición parecía estar hecha a medida del trompetista. Cada palabra, cada melodía trazaba el perfil de un músico incongruente y misterioso. Flirting with this disaster y finalmente, conquistándolo.

Por todo ello, se merece esta elegía. Porque lamentamos su muerte y el haber perdido su sombra ya que él tantas y tantas veces en realidad no estaba, no era.

Y de sus angustias, su ego manipulador, su autodestrucción, el speedball, sus abandonos y su desapego ya hablaremos en otro momento. Porque eso ya es otra historia.

Un 13 de Mayo, hace ya tres décadas, se dejaba ir en la levedad más mágica un genio casi triste, casi salvado, no importa cómo ni por qué, solamente Let’s Get Lost en paz, y que la tierra le sea leve tanto como su música lo es para nuestras almas.

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