Cultura musical para indios y salmones

DCODE 2016: EL 2×1 DE LOS FESTIVALES

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Escribir sobre festivales puede resultar una motivo (cualquier excusa acaba siendo buena) recurrente para rellenar de contenido un blog musical – ahora parece ser que es más cool lo de magacín musical online. Y lo cierto es que quienes colaboramos en alguno de estos sitios web parecemos estar obligados a ello si acudimos a alguno, más aún si es de nivel nacional. Al principio, escribir sobre un acontecimiento así mola, por aquello de la novedad y tal. Incluso si se trata del festival local indie de tu pueblo no dejamos de darle bola porque claro…, no todos los días viene Sidonie (por decir un grupo que está en muchos de estos saraos) a tu localidad natal. Y nos apresuramos a pormenorizar y describir cada actuación, cada detalle acerca del recinto, el público congregado, etc. Luego acaba por hacerse pesado y tedioso. Porque no nos engañemos. Visto uno vistos todos… Sí, cierto que hay algunos mejores otros peores en lo que a cartel, organización etc. se refiere. Pero la crónica de estos eventos no deja de ser una sucesión más o menos aburrida de descripciones totalmente subjetivas acerca de las actuaciones de unas personas que, mejor o peor, con más o menos capacidad de diversión, no dejan de repetir por toda la geografía española un mismo repertorio -vale, a veces lo modifican de algún modo- a lo largo de un sinfín de escenarios sospechosamente parecidos (al fin y al cabo la publicidad manda).

Desde hacía meses tenía mi alojamiento reservado y mi billete comprado para aterrizar en Madrid el pasado 9 de septiembre, día anterior al Dcode. Sí, sé lo que estaréis pensando; un pseudo-festival concentrado (desde su tercera edición en 2013) que, bajo la premisa de despedir al verano, intenta sacar rédito a los últimos coletazos de esas bandas nacionales ya cansadas de tanta furgoneta, reuniendo además a algún “pez gordo” del panorama internacional para tratar de engañar al personal. Pero nada más lejos… Para mí era la excusa perfecta para salir de la roca y juntarme con algunos amigos, al ritmo de algún hit que otro; que al fin y al cabo…, tampoco es tan mal plan. Pero es cierto; el Dcode presentaba probablemente, desde un punto de vista objetivo (todo lo objetivo que se pueda ser en esto de los gustos musicales), el cartel más flojo de todas sus ediciones. Y es que después de haber contado con Band of Horses (2011), The Killers (2012), Vampire Weekend (2013), Beck (2014) o Foals (2015), ver a Zara Larsson o Kodaline como cabezas de cartel pues duele bastante. Menos mal que gracias a algún apellido ilustre como el de Bunbury aún quedaban ciertas expectativas para la sorpresa. Creo que poca gente dudará de que el maño fue (en mi opinión de largo) el vencedor de la jornada. Y lo dice uno que no es precisamente sospechoso de ser un incondicional.

El día amanecía, y apetecía… Salimos de nuestro piso reservado vía AirBnB (primera experiencia satisfactoria por cierto), muy bien ubicado en la zona de Malasaña, y no desperdiciamos la ocasión de darnos un pequeño homenaje a modo de tostadas con tomate, café y zumo de naranja. El festi abría puertas pronto, ya que alrededor de las 11 había prometido pachanga de fútbol entre algunos de los artistas participantes; minipunto para los ideólogos, ya que fue divertido ver al Balmes & CIA mostrar todas sus carencias futbolísticas… Menos mal que en lo suyo bien y tal…

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Pese al manifiesto mosqueo de la banda, me pareció un acierto también programar a León Benavente a mediodía; pues proporcionalmente, y teniendo en cuenta que actuaron en el escenario-carpa Complutense (el más pequeño), lograron generar uno de los momentazos del día bien pronto. Y es que esta banda curtida a la sombra de Nacho Vegas lo tiene clarísimo, y Boba escenifica como pocos en este país esa mezcla entre elegancia, soberbia y actitud rockera. Un rato antes me habría sorprendido gratamente el poderío vocal del frontman, y su sonido en general, de los ingleses Nothing But Thieves; así como el descaro de unos jovencísimos Belako, que no por nada se han convertido en una de las revelaciones de la escena nacional. A este escenario ya sólo regresaría para ver un rato a la mexicana Carla Morrison que aunque no me entusiasmó musicalmente me sorprendió por su teatralidad. Así, me dejé propuestas que iban desde Bambikina, Dagny, Garden City Movement hasta los propios Triángulo de Amor Bizarro y Delorean, a quienes ya había tenido la oportunidad de ver en otras ocasiones.

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La tarde concentraba supuestamente los platos fuertes a medida que avanzaban las horas. Entre medias pude disfrutar de una banda que llevaba años queriendo ver en directo; Jimmy Eat World son a mi particular hacienda musical lo que los granos a la adolescencia. No dejan de ser una de las muchas bandas del denominado emo-rock surgidas a mediados-finales de los ‘90, quizás de las primeras; pero que sin duda despertaron en mí ese gusto por las guitarras afiladas, casi lloronas… Eagles of Death Metal también mantuvieron un buen nivel con un Jesse Hughes que iba alternando monólogos entre canción y canción. El momento más tierno, tanto en lo escénico como en lo musical, se lo llevó Oh Wonder, que con su pop sedoso parecían ir acompasados con el atardecer madrileño propiciando una estampa de postal. A excepción de Bunbury, después ya sólo quedaría volver a ver a Love of Lesbian que ya sabemos todos que llevan la palabra “festival” en su ADN; aunque tampoco su bolo pasará a los anales de los directos. Y no acabaré este artículo sin acordarme de la madre de más de un programador/a del Dcode que pensó que el show de Zara Larsson, digno de aquel programa de los sábados de José Luis Moreno –Noche de Fiesta creo que se llamaba-, iba a revolucionar en positivo el signo del evento. Señores, no vale todo. Denle una vuelta al tema si eso…

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La noche acabaría mejorando sensiblemente con Jungle, un colectivo-orquesta londinense que actualizan el funk y soul de los ‘70 que incitan al movimiento, aunque no quieras. Luego vendrían los ya clásicos DJ sets de ilustres como Mark Ronson o los 2ManyDJs que garantizaban el bailoteo hasta altas horas.

El Dcode ha resultado ser el zumo concentrado de los festivales y aunque muy mejorable en cartel, hay que reconocerles el buen tinglado que montan.

Y bien, aunque esta no iba a ser una crónica más festivalera aquí estoy yo, con mis dos cojones por delante, para hacer lo propio con el Dcode 2016, ¿cómo lo veis?

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