Cultura musical para indios y salmones

THIS MUST BE THE PLACE (2011), LA ROAD MOVIE DE PAOLO SORRENTINO

en ARTÍCULOS/CINE Y MÚSICA por

Querido, confundes depresión con aburrimiento”: Jane (Frances McDormand)

Cuatro años después del estreno de “Il Divo”, sátira mordaz sobre la vida del senador vitalicio Giulio Andreotti, y dos años antes de la aclamada «La grande bellezza» el director Paolo Sorrentino cambia de tercio para presentarnos un biopic con tintes existencialistas.

Esta pequeña obra biográfica de una estrella de rock decadente, difícil de encuadrar en un género concreto, se erigió inicialmente como un biopic de Robert Smith, líder de The Cure. La gótica caracterización de Sean Penn acabó mostrando ser un homenaje a la música de David Byrne, quien compone, actúa y da título al film “This must be the place”.

 

El guión está lejos de ser un guión sencillo, pues comienza siendo durante la primera media hora una presentación sobre todo de temática y personajes secundarios bastante arquetípicos pero que funcionan en su contraposición con el otro (los adolescentes suicidas, la hija siniestra, la mujer masculina y bombera de Cheyenne que le aporta la seguridad y energía vital de la que él carece), para después convertirse en una suerte de Road Movie que encierra drama, musical, comedia y atisbos de cine político.

Cheyenne, antigua estrella del rock gótico de ascendencia judía, a quién su padre no soportaba ya desde adolescente por “pintarse los ojos como lo hago ahora”, es un niño encerrado en un cuerpo de rockero cincuentón.

Magníficamente interpretado por un Sean Penn (al que por supuesto hay que ver en versión original, ya que el juego que hace con su voz es sencillamente genial), está anclado en un pasado del que no logra salir. Lleva una vida aparentemente normal con su compañera de viaje, una bombera (una potentísima Frances McDormand) es su único nexo de unión con la realidad que él repudia. Hasta que la noticia de la muerte de su padre, un judío superviviente de Auschwitz con el que hacía más de 30 años que no hablaba. Esto supone un punto de inflexión y le lleva a realizar un viaje hacia el centro de sí mismo y sus raíces, buscando al nazi que humilló a su padre.

La trayectoria del film, a pesar de sus altibajos, engancha bastante, sobre todo para todos aquellos que encerramos un pequeño niño melancólico que a veces sale y repudia la consecución de una vida que aparentemente definimos como “normal”. Muy recomendable.

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