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La música tiene esa curiosa habilidad de ser apátrida, aunque nazca de una cultura, de un símbolo, de una protesta, de una emoción. Es apátrida porque traspasa fronteras y se puede instalar en aquellos lugares físicos o emocionales que cada persona ofrezca para albergar. No es jerárquica, en tanto que existe como una expresión espontánea o estudiada pero no subyugada